DEL LIBRO DEL AUTOR:

sábado, 25 de enero de 2014

ABORDAJE








ABORDAJE




Abordaje de Pratt.



La primera técnica de combate naval ofensivo, consistente en aproximarse a la nave enemiga, embestirla y asaltarla, fue el abordaje, que es la “acción y efecto de abordar”.
El término, eminentemente marinero, no está formado, como  parece, por el prefijo a- y el verbo bordar, lo cual daría el valor de “ir a hacer labores de punto”. Está compuesto por el prefijo a-, derivado de la preposición latina ad-: “a, hacia” y el sustantivo bordo: “costado exterior de la nave”, derivado de borde, procedente del fráncico bord: “lado de la nave”, a través del francés bord: “borde, orilla”. En castellano: “ir hacia el costado de una nave”.
En este idioma entraron las formas bordo y borde como términos náuticos, con el significado de “orilla”, aplicándose bordo a la orilla de un cauce y borde a la de un navío. Curiosamente, en español y en lenguaje literario su uso se decantó al contrario, empleándose bordo en referencia al navío y borde para todo lo demás.


Evolución semántica
Abordaje, fue adoptado por la Real Academia Española, para precisar la forma de producirse esa llegada de una nave a otra: “chocando o tocando con ella, ya sea para embestirla, ya para cualquier otro fin, ya por descuido, ya fortuitamente”.
Por similitud, tomó las acepciones de: “atracar una nave a un desembarcadero, muelle o batería”, “tomar puerto, llegar a una costa, isla, etc.” y “pasar la gente de un buque a otro para embestir al enemigo”. Por extensión, en sentido figurado: “acercarse a alguien para tratar un asunto” y “emprender o plantear un negocio”.
Sus homólogas francesa aborder e inglesa to board, empleadas en léxicos marinero, militar y figurado, tienen el mismo origen que abordar. Sin embargo, el italiano emplea abbordare en términos marineros y militares y accostare, en civiles.
Curiosamente, la variante accostare no recuerda la violencia de abordar, debido a su origen latino puro, formada por el prefijo a- y el sustantivo costa, -ae: “costilla, costado”. Sus valores de “acercarse a alguien para tratar un asunto” y “emprender o plantear un negocio” se dan, por extensión y en sentido figurado, a abordar.
    Por su parte, el Ejército heredó abordar de la Marina, para expresar la acción física  del encuentro de dos fuerzas que marchan o cargan una contra otra que espera estáticamente. Abordar al enemigo, en táctica, es equivalente a ejecutar el ataque o la carga, ya sea de infantería o de caballería.

Evolución histórica
Aunque no hay certeza sobre el origen de la práctica del abordaje tenemos una idea por las representaciones sobre primitivas naves de guerra, como los restos de cerámica dórica del siglo IV a. C., relativos a barcos equipados con espolones.
La primera noticia sobre esta técnica es la del abordaje realizado por los romanos a los cartagineses en la batalla de Milas, durante las guerras Púnicas. Pusieron una especie de puentes levadizos en la proa de sus naves y, cuando se presentó la vanguardia de la escuadra púnica, fueron echados sobre las naves enemigas y amarrados con garfios de hierro, comenzando la matanza.
En esta época los romanos no disponían de una palabra propia para referirse a la acción de abordar. Utilizaban las voces latinas appello: “dirigirse a uno” y applico: “aproximar”, para expresar estas acciones como: navim navi appellere: “dirigirse una nave a otra” o navim navi applicare: “aproximarse una nave a otra”.
Bordo y borde, empezaron usándose con el valor de “orilla” en época del Descubrimiento de América. La primera documentación conocida al respecto se encuentra en el Dictionarium de Nebrija, de finales del siglo XV. Bordo aparece en 1492 como voz marinera en Términos náuticos españoles de la época del descubrimiento de Woodbridge; borde en 1508 con relación a las orillas de un navío y sus derivadas, abordar en 1521 y abordaje en 1527.
A finales de la Edad Media ya se empleaba abordaje como único medio para atacar al enemigo naval. Para ello, en los navíos de guerra siempre iban hombres especializados en dirigirlo, siendo los primeros en saltar a cubierta del adversario.
Las galeras de los siglos XVI y XVII, descendientes de las birremes y trirremes romanas, llevaban tres tipos de armamento: el espolón, como arma de ataque principal para producir una gran brecha que sirviese de puente para el abordaje; la gente de guerra, que pasaba a la galera abordada por esa brecha para empeñarse en la lucha cuerpo a cuerpo, y la artillería naval, para preparar y facilitar el abordaje.
Esta técnica fue pasando a segundo plano a medida que la artillería ganaba velocidad de manejo y alcance, hasta que dejó de emplearse en las marinas de guerra a mediados del siglo XVIII. Con las nuevas tecnologías aplicadas a los buques de guerra, en el XIX renació esta práctica y con ella el uso del término. Por eso, los buques a vapor modernos, con casco metálico, se construían con espolón de proa bajo la línea de flotación con el fin de causar un gran daño al enemigo durante dicha maniobra.
Esto no duró mucho, haciéndose patente la ineficacia del espolón a finales de siglo desapareció y con él la veterana técnica del abordaje de guerra, colaborando en ello la mayor eficacia de la artillería moderna y de los nuevos torpedos.
Curiosamente, a medida que quedaba en desuso abordaje con su valor original náutico-militar, iba creciendo su empleo en sentido figurado y popular, como un galicismo con los valores de “acercarse a alguien” y “emprender algo”.

viernes, 24 de enero de 2014

ABROJO






ABROJO


               Antiguamente, cuando se combatía a pie o acaballo, se ponían obstáculos sobre el terreno para dificultar el avance del enemigo. Uno de ellos era un artefacto de hierro, en forma de estrella, provisto de cuatro pequeñas cuchillas o púas triangulares dispuestas en ángulos iguales, permitiendo al ser arrojados al suelo que siempre se clavasen tres punzones quedando uno hacia arriba.

Artilugio de guerra sencillo y muy eficaz para su época, aunque no mortífero, fue el precursor de las destructoras y temibles minas contra personal y contra carro actuales.

Curiosamente, el castellano abrojo, aunque proviene del latín, no lo ha hecho de su correspondiente tribulus. Tampoco viene del griego, donde existía la misma voz abrojo, con el significado de “seco, árido”, compuesta de la preposición a: “sin” y del verbo brejo: “mojar”, aunque su parecido con las características del fruto que dan las plantas del mismo nombre sería decisiva para la adopción del vocablo.

Lo más probable es que proceda, por similitud, del nombre empleado para designar el fruto de diversas plantas, como algunas de la familia de las Zigofiláceas, la mayoría de los géneros Tribulus y Fagonia. Con tallos rastreros, hojas opuestas, flores pequeñas amarillas y fruto capsular con cinco segmentos bicornes y gran cantidad de espinas fuertes y largas, son perjudiciales para los sembrados. También es el fruto de algunas malas hierbas, que poseen espinas u otros apéndices punzantes, denominación dada por su similitud funcional con los anteriores.

Estos frutos se bautizaron con la voz de cuño hispánico abrojos, formada por la contracción término latino aperi oculos: “abre los ojos”, por el peligro que suponían las espinas de estas plantas al andar por los cultivos y otros lugares donde se criaban, advertencia para los que hacían las faenas del campo en terrenos cubiertos de abrojos.  Después pasaría, por metonimia, a designar a la propia planta.

Tienen el mismo origen el portugués abrolho y el catalán abriülls o abrulls, habiéndose empleado con anterioridad la forma mozárabe abrewelo y como apodo abrueyo. El equivalente gallego es “abre os ollos”, cuya contracción abrollos es del pasado, abrojos es la actual y abrollos ha quedado con el valor de “escollo”.
Como vemos, abrojo, en español, es una palabra muy expresiva, a la que se ha llegado por dos caminos muy diferentes: la contracción de aperi oculos y la voz griega abrojo, como otra curiosidad de los estudios etimológicos.
La coincidencia de nuestro término con el vocablo griego sería decisiva para la implantación de abrojo en español, tanto para definir al fruto de la planta como al artefacto militar, a diferencia de la mayoría de los idiomas europeos que emplean dos voces distintas.
La Botánica utiliza tribule en francés, thistle en inglés, abrolho en portugués y bulzeldorn en alemán. El léxico militar adoptó chausse-trappe, crowfoot o caltrop, estrepe y fussangel, respectivamente. Se aparta de la regla el italiano con la forma griega tribolo, para ambos significados.

Evolución histórica

La noticia más antigua sobre el abrojo se remonta a unos 300 años a. C., empleado por los griegos para su defensa, colocando sobre el suelo unos artefactos de hierro con varias cuchillas denominados tribolos. Los romanos heredaron el vocablo como tribulus, empleando el objeto para defensas accesorias en fortificaciones de campaña y para inutilizar pasos obligados para la caballería.
En España abrojos se implantó, probablemente, en época latina o romance primitiva. En su equivalente catalana abriülls o abrulls la falta del artículo delante de ojo y la a- en lugar de la o- de la voz catalana obrir: “abrir” denotan que el nombre de la planta debió formarse en esa época, antes de la segunda mitad del siglo XII.
En efecto, entre los primeros documentos sobre el empleo de este termino en la Península Ibérica figura abrewelo, voz del glosario mozárabe de Miguel Asín Palacios (hacia 1100).Abrueyo, como apodo, aparece en 1171, en Orígenes del español de don Ramón Menéndez Pidal.
Según el arzobispo don Rodrigo, hay noticias sobre el empleo del abrojo por los moros en España, sembrando con ellos el campo de batalla de las Navas de Tolosa (16-07-1212). De poco les sirvió, ya que las tropas de Alfonso VIII de Castilla derrotaron al ejército almohade del califa Muhammad al-Nâsir, dejando la puerta abierta para su futura penetración por el valle del Guadalquivir.
Sin embargo, la primera documentación en que aparece abrojo es de mediados del siglo XIV en Castigos e Documentos para vivir bien, ordenados por el rey don Sancho IV.

jueves, 23 de enero de 2014

ACOSTAMIENTO


ACOSTAMIENTO


“La  Rendición de Granada”, conseguida con tropas de
acostamiento (Óleo de Francisco Pradilla).
.

           El acostamiento era una unidad de los ejércitos de la Edad Media, formada por tropas de infantería reclutadas exclusivamente para la duración de una campaña.
Parece extraño que una unidad militar reciba tal denominación, lo mismo que la afirmación de algunos autores al decir que acostamiento deriva de costa: “litoral, orilla del mar”,  basándose en que las tropas eran andaluzas con la misión de vigilar las costas.
La primera extrañeza se transforma en realidad porque el nombre estas fuerzas no viene del hecho de que solieran estar mucho tiempo ociosas, “tumbadas a la bartola”, es decir “acostadas”, sino porque recibían una paga del rey, viviendo “a costa” del monarca.
La segunda extrañeza queda confirmada porque se trata de una mera anécdota. Realmente, las tropas que nutrían los acostamientos no solo eran andaluzas, sino que procedían de todas las regiones y además de vigilar las costas se les encomendaba otras misiones.
La causa de esta denominación se encuentra en el significado de la palabra, sinónima de “sueldo, estipendio”, que normalmente se utiliza como “acción de acostar o acostarse” o “acción de irse a la cama” y en la antigüedad, también, “arrimo, adhesión, favor”.
Llegamos a la determinación de que acostamiento tiene dos grupos de acepciones muy distintos: “acostarse, adherirse” y “sueldo, estipendio” ¿A qué se debe? Simplemente a que son dos acostamientos distintos, con orígenes gramaticales diferentes y que gracias a la ciencia etimológica han confluido en la misma palabra.
En efecto, acostamiento es un vocablo compuesto de la forma radical costa y de las palabras serviles, prefijo a- y sufijo -miento.
El acostamiento popular
En el acostamiento del primer grupo costa significa: “espalda, costado, ribera”, procedente del latín costa, -ae: “costilla, costado”. El prefijo -a viene del latín ad: “hacia”. Con ambos términos el bárbaro compuso accostare: “arrimar la costilla a alguna parte” y, por simplificación fonética, se formó el verbo acostar: “arrimar, acercar echar, tender”. Con la adición del sufijo -miento, que denota “acción”, se formó un sustantivo. De ahí que acostamiento sea un sustantivo derivado de acostar con el valor: “acostarse, adherirse” y “acostado, adherido”.

El acostamiento militar

En el acostamiento del segundo grupo, el sustantivo costa: “gasto, importe, paga”, derivado de costar: “ser comprada o adquirida una cosa por determinado precio”, procede del latín constare: “adquirir por cierto precio, costar”. Con el sufijo    -miento resulta: “lo que cuesta, lo que se paga vale”, es decir: “estipendio”.
Este acostamiento, sinónimo de “estipendio” fue adoptado en el lenguaje militar de la Edad Media como: “sueldo o estipendio que se recibía del rey o señor y por el que se quedaba obligado a determinados servicios de armas o de otra clase”.
Por el fenómeno lingüístico de la metonimia también adquirió el significado: “tropas que recibían un estipendio del rey”, es decir, las que vivían “a costa” del rey y, después, por el mismo fenómeno, el sistema de reclutamiento y la unidad que constituían.
Evolución histórica

El primer texto conocido en que figura costar se encuentra en un documento latino del año 1099 del Cantar de Mio Cid, donde aparece custare. Cuervo cita ejemplos medievales de esta palabra con la forma costa en los siglos XIII y XV.
Acostamiento fue acuñado en España, como término propio de la milicia, en época de los Reyes Católicos con motivo de la creación de un ejército regular, compuesto por Hermandades o Comunidades, Guardias Viejas y Acostamientos. Esto supuso un gran avance en ese tránsito hacia el gran ejército español del siglo XVI.
Las ordenanzas de constitución de La Santa Hermandad fueron redactadas en abril de 1474 y las Guardias Viejas de Castilla comenzaron a organizarse en 1493. Entre ambas fechas surgieron los Acostamientos, formados por tropas colecticias de infantería de diversas regiones, reclutadas exclusivamente para una campaña.
El Conde de Clonard denomina acostamientos a las tropas colecticias, pagadas por los pueblos, levantadas a finales del siglo XV. Asimismo, el célebre militar y cronista don Gonzalo de Ayora (1466-1538) en su Vocabulario dice del acostamiento que se aplicaba a las tropas de infantería o caballería a sueldo del rey.
 Con la desaparición de los acostamientos también lo hizo su peculiar sistema de reclutamiento, cayendo en desuso el término como equivalente a “fuerza pagada”.
 Cuando en las Partidas de Alfonso X El Sabio, se establece: “las cosas arrancadas al enemigo se repartan entre los que tengan el mismo apellido”, no se está refiriendo a que dicha repartición se la haga entre aquellos guerreros cuyo nombre de familia sea igual, sino entre todos los componentes de la misma unidad.


ADALID



ADALID




Teodosio el Grande, nombrado Magíster militum por Graciano.


     En la Edad Media se utilizaba adalid refiriéndose a un alto cargo militar. Después tuvo varios significados hasta quedar en desuso dentro de la milicia, siendo desplazado por otros términos similares, como caudillo, general, comandante, jefe, guía o cabecilla. No obstante, continuó empleándose, aunque solo en contextos poéticos para referirse al individuo que ejerce como jefe o destaca dentro de un partido, escuela o corporación.
La razón de estos cambios se debe a la Ciencia Etimológica, causante de varias curiosidades sobre el origen y evolución del vocablo y sus acepciones a lo largo de la Historia.
Adalid, según algunos autores, procede del árabe dalîl: “guía”, de donde ad-dalîd o ad-dalîl significa “el guía”, derivada del verbo dall: “enseñar el camino”. Camino por el que también llegó al portugués como adaíl y al catalán adalil.
En nuestro idioma entró con la forma addalilm y con el valor genérico de “guía”, designando tanto al “guía de un viajero” como al “guía que conduce a las tropas por terrenos conocidos por él”. Pronto quedó con la estructura de su figura fonética adalil y, finalmente, por disimilación de la segunda l en d, en la definitiva adalid.
Algunos autores la derivan de la voz de origen árabe adálito, adálita: “partidario/a de la justicia”, empleada para denominar a los musulmanes partidarios de Alí. Otros, del teutón adal, adel: “noble” y leida, leiten: “guiar”, es decir el “guía noble”.
Por esta vía también llegó al alemán leiter y al inglés leader, produciendo el anglicismo lider, incorporado al español como “director o jefe de un partido político o grupo social” y “el que va a la cabeza de una competición deportiva”.

Evolución histórica

Los romanos se referían a la figura del adalid con las voces latinas militum ductor: “mando militar” y dux: “guía, jefe, conductor”, derivadas de ducere: “dirigir, mandar, conducir”. Al principio, era una dignidad puramente militar. La palabra entró en nuestro idioma comoduque” para definir el mayor grado de la nobleza.
 El adalid sinónimo de “guía”
La primera documentación conocida en su forma primitiva árabe addalil, es con el significado genérico de “guía” y data del año 1071.
Durante la Alta Edad Media en la Península Ibérica se utilizaban, indistintamente, la forma latina magister militum y la árabe adalid para referirse a la segunda persona en categoría en la milicia, después del caudillo.
En la Baja Edad Media su significado “guía de ejército” quedó reflejado en Las Siete Partidas: Adalides, que quiere tanto decir, como guiadores; que ellos deven aver en si todas estas cosas sobredichas, para saber guiar las huestes e las cavalgadas en tiempo de guerra”. Después, sus atribuciones se reflejaron en el Fuero sobre el Fecho de las cabalgadas, entre ellas la de juez en todas las contiendas.
En el siglo XIII todavía era frecuente la forma adalil, aunque ya se empleaba la definitiva adalid, tomando el valor de “guía", en general, como se ve en el Ordenamiento sobre la mesta de don Alfonso X el Sabio (1268): “...et les toman los moruecos et carneros encencerrados que han menester para adalides de sus ganados...”.
En el siglo XIV sigue valiendo “guía de un viajero”, como aparece en la Crónica de 1344, según relata Menéndez Pidal. Después su uso quedaría limitado al lenguaje militar.
El adalid “cargo militar”
Fue en esta época cuando se creó el primer empleo de la milicia llamado Adalid Mayor, como jefe de la hueste en campaña. Sus funciones eran una mezcla de las del Cuartel Maestre, Intendente e Inspector General del Ejército. Se resumían en la dirección operativa y logística de sus tropas, y fueron recogidas en Las Siete Partidas: “Adalid de poner de dia atalayas, e de noche escuchas, e rondas”.
El empleo de Adalid Menor se reservó para el mando de las haces, unidades formadas por varias compañas o compañías. Se conservaría para el capitán de la Compañía de Lanzas de Ceuta, hasta su extinción, ciudad donde perduraría hasta el siglo XX para el cabo de la gente de a caballo, armado con lanza y adarga.
En la Edad Moderna, con los avances del arte de la guerra, se ampliaron los cometidos del Adalid Mayor a las direcciones táctica e informativa, denominándose Maestre de Campo General. El término adalid comenzaba así su decadencia en la milicia, siendo completada con la creación de los ejércitos contemporáneos. Con la tecnificación y la nueva organización militar fue sustituido por un nuevo alto cargo, con funciones más amplias y especializadas, el Jefe de Estado Mayor General, equivalente en la actualidad a los Jefes de los Estados Mayores del Ejército y de la Defensa.
De esta forma, adalid quedaba, definitivamente, desterrado del léxico militar, pero la nostalgia de su significación y la belleza del término le permitirían conservar un puesto histórico dentro del campo literario.

martes, 21 de enero de 2014

ADARGA



ADARGA


Adarga de piel de toro, empleada por los oficiales españoles lanceros en la Batalla de Pecos, 1748.


                           

             La adarga era una antigua arma defensiva, inmortalizada por Cervantes en su famosa obra Don Quijote de la Mancha, que comienza así: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.
Adarga, originalmente, definía el escudo ovalado o con figura de corazón, hecho con cueros dobles cosidos y engrudados. Los más grandes se denominaron darga o atareca y según el tipo de piel: vacaries, las de cuero de vaca y dargadante, dante o de ante, las de otras pieles, llegando a confeccionarse con la de reptiles o paquidermos para darle mayor resistencia. Con el tiempo pasaría a ser el nombre genérico de cualquier escudo y en Heráldica la denominación del blasón o escudo de armas.
Pudiera parecer que deriva de la voz tarja, tomada de la francesa targe, con origen en la germánica targa, que define el escudo grande que cubría todo el cuerpo y, en concreto, la pieza de la armadura aplicada sobre el hombro izquierdo como defensa contra la lanza contraria. Sin embargo, y aunque ambas palabras signifiquen casi lo mismo, no deriva una de la otra, al menos directamente.
Según algunos autores entró en lengua romance procedente del árabe addarca o dary: "embrazar”, probable derivación por metonimia de la “abrazadera” que llevaba el escudo por la cara interna para sujetarse al brazo. Para otros, como Corominas, de la voz árabe dáraqa, que designa específicamente el “escudo hecho de pieles”, demostrado por la existencia de la d- y la aglutinación del artículo árabe. 
El origen árabe de adarga queda documentado a principios del siglo X por Abendoraid y a finales del mismo por Yauhari en su diccionario que sienta las bases para la lexicografía del árabe clásico. Como dáraqa y dáraka figura en el diccionario anónimo latino-arábigo, arábigo-latino, publicado sobre un códice español del siglo XIII, atribuido al teólogo, misionero y arabista catalán R. Martí. Bajo las formas daráca y dárca, en el Vocabulista arávigo en lengua castellana, 1505, de Pedro De Alcalá.
Curiosamente, dáraqa, a pesar de ser palabra árabe, no tiene sus raíces en esta lengua, ya que el sustantivo dáraqa no deriva del verbo dárraq: “amparar, proteger”, sino al contrario. Por tanto, es posible que se trate de una palabra tomada de algún idioma oriental, puesto que tampoco tiene relación con la voz europea targa. Los árabes hicieron de ésta sus formas tárga y târiqa, para definir un tipo de escudo utilizado por los caballeros cruzados, como puede verse en el Suplemento a los Diccionarios Árabes, de R. Dozy, obra básica para el estudio del mozárabe, del árabe vulgar y del árabe de la Baja Edad Media.
La teoría, más probable, sobre el origen de la voz adarga es que del cruce entre las árabes dáraqa y tárga salieron las vulgares dárca y addarca: “embrazar”. De ésta nació la hispano-romance darga, y después adáraga, pasando al castellano antiguo como adarága, terminando en castellano y en español como adarga. También, evidencian tal origen las palabras catalana darga, portuguesa adarga y francesa adargue; sin embargo, la italiana targa y la alemana tartche proceden del germano targa.
Darga, adargar y adarguero
A veces, darga se ve usada por daga, como en el Arte Cisoria, del marqués de Villena:  “Conociendo sus cueros menos duros que de bestias ficieron armaduras de cueros crudos taurinos al comienzo; despues de fierro que nou temiese las uñas agudas e dientes fuertes de las bravas alimañas, nin aun la fuerza de otros omes, añadieron a sus manos espadas e puñales, e dargas en lugar de uñas...”.
Del sustantivo adarga derivó el verbo adargar, con el valor original de “amparar, cubrir, guarecer con la adarga” y después, por extensión, el de “amparar, cubrir, guarecer con cualquier objeto para defenderse” y, en sentido figurado, el de “defender, resguardar, proteger”, “protestar” y “escudar con cualquier pretexto”.
Adarga también produjo adarguero, para designar al soldado armado de adarga y a quien la confecciona. Es una simple composición, a base de adarga y del sufijo -ero del latín -arius, que en los sustantivos suele significar oficio, profesión o cargo.
Evolución histórica
Las primeras noticias sobre el uso de adarga datan de principios del siglo XII, encontrándose en el Cantar de Mio Cid en lengua romance bajo la forma adágara. En la General Estoria de Alfonso X el Sabio figura en castellano antiguo, por metátesis, como adáraga a mediados del XIII. En el Poema de Alfonso Onceno aparece en castellano, en su forma definitiva de adarga, por simplificación fonética, a mediados del XIV.